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Foto del escritorIrene García

1. Lo que de verdad importa

Este es el primer texto de los 52 retos de Literup. El primer reto es:


1. Escribe un relato sobre los propósitos de año nuevo de tu personaje.



Era martes por la mañana en aquel pequeño estudio. Los rayos de sol pasaban a través de la persiana creando finas ráfagas de luz cálida. El delicado suelo de parqué de aquella estancia era fino y delicado, muy limpio. Ni una sola mota de polvo. Al fondo había una cama no demasiado grande que estaba perfectamente hecha para ser tan temprano. Era como si nadie hubiera dormido en ella desde hace un tiempo.

Todo aparentaba total normalidad. Demasiado orden.


Pero un ápice de caos se encargó de desbaratarlo.


Aquella mesa de escritorio era la antítesis del cuarto. Pasear por ella era como recrear un paraje que había sido arrasado por un huracán. Sobre ella había unos cuantos vasos desechables de café y una taza con unos cuantos posos al fondo. Como si un camino de miguitas de pan se tratase, pequeñas gotitas del delicioso líquido color chocolate intenso invadían su superficie.


Caminando sobre esa mesa caótica también se podía encontrar un revoltijo de papeles. Unos escritos, otros en blanco. Bolígrafos de color azul en la periferia. Más papeles en el centro de la mesa. Parecían estar llenos de operaciones y fórmulas matemáticas.


En la silla del escritorio, un hombre de unos 30 años estaba sentado y recostaba su cabeza sobre la mesa. Parecía estar dormido sobre una almohada de hojas repletas de ecuaciones y tachones.


Se despertó de repente, como si hubiese sonado un despertador. Levantó su cabeza y sus ojos quedaron cegados por la luz que pasaba a través de la cortina. Parecía un tanto desorientado, extrañado, como si de pronto no supiera dónde estaba. Miraba a su alrededor moviendo la cabeza ligeramente. En lo primero que se fijó cuando miró a su mesa fue en el eminente desastre que allí había. Seguidamente, su mirada se centró en el pequeño calendario de sobremesa que había encima.


En el calendario había una fecha marcada: 1 de enero de 2019.


— ¡No puede ser posible! — exclamó el hombre echándose las manos a la cabeza — ¿De verdad me he quedado toda la noche con esto?


Acto seguido, procedió a recoger el desastre de la mesa. Apiló las hojas en blanco en un montón para volver a usarlas después, desechó las hojas llenas de tachones y sin resultados relevantes y almacenó en un dossier aquellas con buenos resultados. Suspiró al ver la escasez de estas últimas.


Después de encargarse de los papeles, fue a la cocina a por una bolsa de basura. Cuando llegó al escritorio, la abrió y fue echando todos los vasos vacíos de café. Se dio cuenta de que había unos cuantos bolígrafos sin tinta, y también los arrojó a la basura. Se llevó la única taza de café de la mesa al fregadero de la cocina y la bolsa al cubo de la basura. Recogió los bolígrafos de la mesa y limpió las gotas de café. Miró la mesa con satisfacción, admirando lo ordenada que la había dejado.


No se percató de otra cosa en el momento que no fuera la mesa y su desastre anterior. Entonces pensó que por lo temprano que era su mujer debía seguir durmiendo plácidamente. Miró hacia la cama y, sorprendentemente, estaba hecha a la perfección. Extrañado, se preguntó dónde podría estar. Sabía de sobra que ella odiaba madrugar, mucho menos lo haría en Año Nuevo.


Rastreó cada rincón del apartamento en su busca.


— ¿Marta? — la llamaba. Pero ninguna voz respondía.


Parecía que había salido temprano. Buscó por todos los rincones para ver si al menos había dejado una nota.


Ni rastro.


Pensó que tal vez había ido a casa de sus padres y se le había olvidado avisar que se iba. Caminó rápido hacia el teléfono que había en el pasillo, al lado de la puerta principal, lo descolgó y marcó uno de los números que había en un pequeño post-it pegado a la mesilla. El teléfono daba señal, pero tras unos segundos de pitidos nadie contestaba. Le pareció de lo más extraño.


Acto seguido pensó en otra opción posible. Podrían estar todos en su antigua casa, y estar esperándole allí. De nuevo marcó otro número, aunque esta vez sí se lo sabía de memoria. Esperaba que contestara su madre con su dulce voz un “¿Aló?”, como siempre que llamaba.


Pero esta vez no fue así.


Aquello sí que le pareció extraño, siempre solía haber alguien en la casa.

Se le ocurrió entonces mirar su teléfono móvil y llamar a alguno de sus hermanos. Buscó en la agenda el número de su hermana mayor y llamó. Ni siquiera daba señal, saltó el buzón de voz. Probó esta vez a llamar a su hermano pequeño. Tras unos cuantos pitidos, nadie contestaba al otro lado de la línea.


Empezó a desesperarse y preguntarse dónde estaba toda su familia.


Ni su mujer, sus suegros, sus padres ni sus hermanos daban señales de vida.


Decidió entonces ir en busca de ellos. Sin pensárselo mucho, fue en busca de su abrigo y se lo puso mientras salía del portal. Bajó las escaleras rápido y con un mal presentimiento. No sabía por qué, pero tenía la sensación de que algo no andaba bien.


Subió en el coche y condujo hasta una pequeña casita a las afueras de la ciudad. Primero decidió llamar al timbre, esperó, pero no recibió respuesta alguna. Sacó entonces unas llaves del bolsillo y las introdujo en la cerradura. Pasó a la casa y se sorprendió ante tanto silencio. Comenzó a llamar a todos los que debían de estar presentes, pero nadie contestó.


La casa parecía estar completamente vacía.


Empezó a preocuparse. Y a asustarse.


Salió de la casa corriendo hacia la calle y comenzó a chocarse con la gente que paseaba. Recordaba que hace un minuto no había absolutamente nadie por la calle. Las personas ni se inmutaban cuando él se acercaba corriendo hacia ellas. Incluso ni cuando se chocaban reaccionaban.


Era como si no existiera. Estaba aterrorizado ante esa situación.


Le recorrió una angustia que era incapaz de describir. Sintió una especie de vacío, junto con desesperación por no encontrar a sus seres queridos.


Quería escapar de aquella realidad que le abrumaba, y comenzó a correr de nuevo. Corría tan rápido y era tan ajeno a todo que se tropezó con un obstáculo y cayó al suelo.


Despertó de golpe, sobresaltado. Aún tenía todas esas imágenes en la cabeza.

Miró el calendario y vio otra fecha marcada diferente a la anterior: 31 de diciembre de 2018.


Miró a su alrededor. Se encontraba en medio del desastre, rodeado de todos los folios, bolígrafos y vasos de café. Fijó su vista en la cama y vio que estaba hecha. Esas imágenes le agolpaban la cabeza y deseaba con todas sus fuerzas que no fuera real.


— ¡Oh, por fin despiertas! — exclamó una voz de mujer — Te quedaste trabajando hasta muy tarde y no quise molestarte.


— ¡Uf! Menos mal, fue un sueño — suspiró él aliviado.


— ¿Qué ocurre, cariño? — le preguntó su mujer mientras portaba una bandeja que colocaba en la mesa, intentando hacer hueco entre tanto caos.


— No, nada, no te preocupes. — intentó restarle importancia él — Será que todo esto me está pasando factura.


— Sí, estás trabajando mucho últimamente. — dijo ella un tanto preocupada — Bueno, queda un día para que sea Año Nuevo.


— Sí… — dijo él no muy emocionado — Y, cuéntame, ¿cuáles son tus propósitos de Año Nuevo?


Esa pregunta provocó en ella una leve carcajada.


— Pues no muchos, los de siempre. Comer más sano, hacer más deporte, ahorrar más, adelgazar, tal vez hacer algún viaje… No sé qué más decir. ¿Y los tuyos?


Él la abrazó con mucho cariño y le dijo en voz baja como si hubiera alguien más y solo quisiera que se enterara ella:


— Prestarle más atención a lo que de verdad importa.

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